Chumpitaz

Chumpitaz, asi lo llamábamos a Ricardo Avalos, Socio de ADPUT, jugador del equipo de Médicos A, excelente ser humano.

«Nos desbordó la despedida»: adiós a Chumpi, el ángel del Padilla

HISTORIAS DE ACÁ

El doctor Ricardo Ávalos había nacido en Tucumán hace 52 años, vivió un tiempo en Perú y volvió a nuestra provincia para estudiar en la UNT. El pasillo de gloria para despedirlo y las imágenes lo dicen todo. Retrato de un hombre bueno y el último abrazo conmovedor con su hijo.

23 Nov 2020 – El maestranza, la señora que toma la temperatura en la entrada, el policía con handy de la recepción, las enfermeras, los enfermeros, los médicos, las médicas, los pacientes que sobrevivieron al virus atendidos por él, un vendedor ambulante característico de calle Alberdi, todos forman un pasillo para despedir con gloria al doctor Ricardo Ávalos, Jefe de Guardia del Hospital Padilla.

Si preguntaban por el doctor Ávalos, el maestranza, la señora, el policía, las enfermeras, los enfermeros, las médicas, los médicos y hasta algunos pacientes demoraban un rato en responder: “¡Ah, Chumpi!”. Su hijo Deivis habla con el tucumano luego de una de las despedidas más emotivas que se han vivido en el hospital, con aplausos tibios al principio, algunos amortiguados por el uso de guantes de látex, y ya un aplauso cerrado cuando el policía abrió la puerta para la camilla que trasladaba el féretro del doctor Ávalos, de Richy, de Chumpi, por Héctor Chumpitaz, el crack del Perú.

El Perú es donde Chumpi se crió desde los dos años, luego de haber nacido en Tucumán: sus padres habían llegado a Tucumán a estudiar y volvieron a su país. Chumpi siguió los mismos pasos que sus padres y antes de cumplir los 17 años decidió volver a Tucumán para estudiar Medicina en la UNT: “Por eso transmitimos en vivo la despedida a mi padre. Era la forma más eficaz de que desde el Perú estuvieran presentes todos, sus familiares y de sus muchos amigos”.

Ya en la tranquilidad de su casa luego de la cremación en Ticucho y con la urna con las cenizas de su padre a la espera de un Rosario, su hijo Deivis explica: “Ahora que está aquí con nosotros estamos mucho más tranquilos. A veces el mismo organismo te pide llorar. Pero con el tiempo va a pasar. Elegimos recordarlo como lo fue: un ser humano que lo ha dado todo por el otro. Era muy querido por sus compañeros, por el personal, por sus pacientes. A cualquier hora que lo necesitaran, él nunca decía que no. Y eso se reflejó en el último adiós: no pudimos mantener la distancia ante tanto dolor, nos bloqueó la magnitud de la despedida que siguió en la calle”.

Jefe de Guardia del Padilla, médico en el Sanatorio del Parque, en la Clínica de Oídos, y con consultorio propio en el barrio San Carlos, en la altura de la calle Rondeau al 3300, Deivis recuerda las madrugadas que los vecinos golpeaban a su puerta con un niño en brazos, o al borde del desvanecimiento, o con un pico de presión: “Eran las 3 de la mañana y él, somnoliento, a una hora de haberse acostado, se levantaba, los atendía, les daba la receta, les daba la medicación y se iban. A veces nos enojábamos con él y con los vecinos porque no descansaba nada”.

Cuando hacía guardias en el interior, pasaba lo mismo con el doctor Ávalos: “A veces volvía con una docena de huevos. O con seis paltas. Le preguntaba de dónde había sacado eso y me respondía: ‘Gente humilde, no tenía para pagar la consulta’. O cuando venían al consultorio con 100 pesos. La consultaba costaba 500. Me decía a mí, que era su ayudante: ‘Dejá, dales los 100, los pueden necesitar por cualquier cosa’. Así era mi padre: de verdad que no lo hacía por dinero, lo hacía por vocación. Y así murió: literalmente dio la vida por su paciente”.

El doctor Ávalos tenía apenas 52 años. Le había dado el primer PCR negativo, pero sentía que algo estaba mal y se lo comunicaba a su esposa:

– Chola, tengo algo.

“La administración del Padilla le exigía que siguiera trabajando si no era positivo y fue. Muchos colegas suyos se habían contagiado en el Hospital, donde la carga viral era muy alta. Pero mi padre estaba dispuesto a reemplazarlos. Y cubría las guardias. Y no tenía problemas en hacer lo que hiciera falta: camillero, enfermero, lo que sea. Por eso decimos que dio la vida por sus últimos pacientes, cuando en una guardia hizo dos postmortem por covid, a los días se hizo el PCR y ya le dio positivo”.

“Cumplió la cuarentena en casa tomando medicamentos hasta el 27 de octubre, lo llevé a internar a la madrugada, quedó en sala 8 y al día siguiente lo pasaron a terapia. Hizo una neumonía bilateral y falleció finalmente el sábado a las 21.40”, recuerda Deivis a su padre, quien lo llamaba Cholo, Negro, Gordito, como le saliera cuando le pedía un instrumento en la guardia o que picara hasta el fondo cuando jugaban juntos al fútbol en la Liga del Este, el campeonato en las canchas de la Banda del Río Salí.

“Nos conocíamos de memoria. Era muy buen futbolista. Por eso le pusieron Chumpi, como el futbolista peruano. Le pegaba con las dos piernas. Y yo tengo 38 años, pero jugaba con los más grandes. Recuerdo como si fuera hoy cuando desde la mitad de la cancha me hizo el gesto con la mirada, la pelota sobró al 3, di media vuelta y de volea la clavé al ángulo. Fue un verdadero golazo para llegar a la final. En el festejo lo busqué y corrí a abrazarlo. El equipo se llamaba Club Deportivo Perú. Él jugaba con el número 13. Por eso es la camiseta que pusieron en el cajón sobre la despedida. Por eso despidieron así a un gran padre, a un gran profesional, a un gran futbolista, a un gran mozo de La Leñita cuando estudiaba, a un gran amigo y confidente”.

Fuente: El Tucumano en su sección Historias de acá


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